MONSTRUO DE OJOS VERDES, Joyce Carol Oates

Como cuando hay un río de verdad que atraviesas a nado, un río imprevisible y traicionero; si consigues llegar a la otra orilla, eres una persona diferente de la que eras cuando empezaste.

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No es exactamente la primera vez que alguien me besa. Pero sí es la primera vez que lo hace un chico mayor y con experiencia. Alguien que no conozco y que me llama “nena” como si hubiera olvidado mi nombre. (…) Y yo pienso: “¿Quiero esto? ¿Es esto lo que yo quiero?”.

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No le hizo ninguna gracia que mamá se fuera a la Feria de Arte y Artesanía de Santa Bárbara, en California (…) se oponía a que suque se mezclara con esos “aristoides” a los que describía como “tías menopáusicas” y “niñatos gays”, categorías de seres humanos que merecían todo su desprecio.

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Ésta era una de las cosas que nos decía a todos. Tenías que reírte con él. No bastaba con estar de acuerdo con él (aunque lo estuvieras al cien por cien), sino que además tenías que darle un beso en la mejilla.

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Te quero, tesoro. / Yo a ti también te quero, mamá. Ésa era nuestra despedida normal. Tanto a ella como a mí nos costaba mucho decir “te quiero” en serio, aunque era en serio. Teníamos que decirlo como de broma, como quien no quiere la cosa.

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De repente, Todd dijo: Papá, a lo mejor podría probar el boxeo. En los deportes de equipo hay un montón de gente que estorba.

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Pero el Monstruo no es real, quise decirle, el Monstruo es sólo una idea.

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No quería pensar en cómo podía acabar todo, no quería enterarme de que algunos podríamos salir lastimados y se nos podría dejar atrás.

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Cuanto más tiempo pasara mamá en casa, metida en sus estudio, menos tiempo dedicaría a la vida social que él esperaba de sus esposa.

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¿Me dio pena dejar de contarle a mi madre las cosas que más me importaban?

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En los espejos de los servicios me sorprendía a mí misma con la sonrisa optimista de mamá sujeta con grapas. A la gente le gustas cuando eres alegre, un poco gamberra, imprevisible. No le gustas cuando te muestras triste.

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¿Qué es eso de su propio espacio, Franky? Papá no me lo ha explicado. / Un sitio donde (mamá) puede estar a solas, como en su propia cabeza. Haciendo lo que le da la gana. Supongo.

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Nunca decía que nos perdonaba o que había dejado de estar enfadado. Simplemente se reía y olvidaba. Y daba por sentado que tú olvidabas.

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Una vez oí algo que sonaba como si mamá estuviera llorando…, pero no, debió ser que mamá se reía.

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Ésa es Melanie. Es ceramista, lo mismo que intento ser yo. Es una estupenda amiga y vecina. Sentí un pequeño pinchazo de celos. Fue algo infantil, ya lo sé. Pero era como si oyera las palabras de mamá tal y como las oiría papá, y sentí que a él le dolerían. “No tienes derecho a querer a desconocidos”.

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Mamá debió de notar alguna expresión extraña en mi cara. Creo que nos emociones se hacen muy evidentes, como ondas en el agua.

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Francesca, tenías tanta… fantasía. Cuando eras pequeña, te inventabas un montón de historias sobre animales. (…) Me acordé de la vez, hace muchísimo tiempo, en que papá me riñó por “mentir”, por “inventarme cosas que no son ciertas”.

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Durante los dos días y medio siguientes, Samantha y yo nos lo pasamos en grande en Skaigt Harbor. Era como si una parte de nosotras entendiera que no podía durar.

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Estaba controlada por el Monstruo, que se mostraba cruel y vengativo. ¡Mi padre habría estado orgulloso de mí si me hubiera visto!

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Nadie me pueda obligar a recordar. Tengo derecho a olvidar.

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Veía sus ojos flotando en un mar de lástima como si fuera leprosa y me pudieran compadecer pero no acercarse a mí, por si lo que tenía era contagioso.

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Franky, ¿estás bien? ¿Cómo estáis tú y Samantha? Yo me encogí de hombros. Odiaba que cada vez que me veía un adulto me preguntara eso. (…) De ninguna manera iba a decirle a nadie, ni siquiera a la tía Vicky, lo que pasaba en mi interior.

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Es horrible cuando una adulto te suplica. Te sientes fatal cuando no puedes dar lo que te pide y lo odias por hacerte eso.

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Al verme en la feria de arte y artesanía con los demás, extraños para él pero amigos míos, lo ha entendido por primera vez. Cuando ha visto que yo tengo una vida aparte de él y que soy feliz aquí.

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La cara que han puesto las chicas al ver la obra de su madre en la Galería Orca. Por supuesto, he intentado que no se me notara, pero casi se me salen las lágrimas. ¿Será posible que, a una escala modesta, puedan estar orgullosas de su madre también? No parece que les importe que firme mi obra k.c.

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Yo no les cuelgo etiquetas a las personas. Porque no quiero que la gente estúpida me cuelgue etiquetas a mí. Eso espereza mental, además de ser una crueldad.

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Yo antes pensaba que mi madre le provocaba, pero ésa es una forma equivocada de pensar, culpar a mi madre por ser maltratada. (…) Porque yo tenía miedo, creo. Era más fácil odiarla.

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Es difícil cambiar lo que sientes. Lo que piensas es mucho más fácil.

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¿Qué por qué? Porque papá nos quería. Nos quiere. Él decía que no nos habría castigado si no nos quisiera. Todavía es así. Lo puedo entender. Pero es una forma de pensar enferma, y equivocada.

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A lo mejor mamá y Mero Okawa están vivos en alguna parte. Como dicen los periódicos. Es como creer en el cielo… te quita algo de dolor.

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Me quedo acostada y me vienen los pensamientos a montones, muy rápidamente y muy vivos, como trozos de cristal roto; ni son agradables ni se parecen a los sueños. Así que no puedo abandonarme. Tengo miedo.

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A veces escribir duele. A veces lo odio. (…) Otros días es tan fácil como hablar con alguien en quien confías.

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Hago hincapié en los hechos. Intento no incluir muchos sentimientos. Porque los sentimientos son como las llamas, se encienden de golpe, pueden causar un daño terrible, pero no duran. Los hechos permanecen.

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En el Diario Lavanda intento expresar lo que siento, pero suena débil, tonto. “El suroeste es un sueño hermoso que no depende del soñador para existir”.

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En el Diario Lavanda escribo: “Y ahora ya se ha acabado” El Monstruo me dice que es cierto. Tengo que creérmelo. Tengo que intentar creérmelo.

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Claro que echo de menos a mis amigas de Seattle. Pero siguen siendo mis amigas.

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Pero a veces echo muchísimo de menos a mamá. Cuando pienso en la última conversación que tuve con ella me dan ganas de tumbarme sobre las rocas y la tierra y no volver a levantarme jamás.

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A veces entro en la habitación y veo a Samantha mirando fijamente esas fotos, como hipnotizada y casi me miedo despertarla. A veces yo también me quedo mirándolas hasta que pierdo la noción del tiempo. Cuando vuelvo en mí, me asusta darme cuenta de que, aunque han pasado varios minutos de mi vida, en la vida de mamá no ha transcurrido el tiempo.

LOS IGNORANTES, Étienne Davodeau

¡Ja, ja! Con la poda pasa lo mismo. La gente piensa que pasarse tres meses solo, en medio del frío y cortando sarmientos es una lata… Pero a mí me encanta porque es algo esencial para la vida de una viña.

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¿Qué es lo que hace que un libro encuentre o no a sus lectores? ¿Dónde está el valor de un autor? ¡Todo eso es muy misterioso! A mí me gustan los libros y los autores con una identidad fuerte.

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… y creo que nuestros defectos forman en gran medida nuestra identidad. Debemos entenderlos y aceptarlos. Es como un rostro: una cara sin defectos resulta sosa.

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Entonces, ¿por qué te empeñas en no poner el logotipo “Bio” en tus botellas? / Porque me niego a que lo ecológico sea un criterio comercial para mis vinos… Quiero que la gente se acerque a mis vinos únicamente porque les gustan.

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Caminamos entre la noche y el día. Entre el cielo y la tierra. Un momento suspendido…

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Antes de que llegara Parker, la región de Burdeos despreciaba a los catadores, pero llegó él con sus notas y todo resultó claro y sencillo. ¡El mercado americano lo adoptó! Entonces muchos se pusieron a trabajar duro para adaptarse al gusto de Parker… Quizás el problema no sea él…, sino su supremacía.

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Se limita a la cata. Es su decisión, pero no me gusta esta manera de aislar el vino de su contexto. ¡Me deja con la impresión de haberle enseñado sólo una parte de lo que hago! ¡No me jodas! ¡El vino es un momento de relajación! ¡Un vínculo entre la gente!

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Ah, no me imaginaba que una editorial fuera así. / ¿Por? / Me imaginaba algo más frío, una empresa, vaya… / Pero es una empresa… / Pero es una empresa que produce libros. Un libro es una cosa extraña… Son ideas, sentimientos… algo frágil y complicado. No se hacen libros como si fueran neveras o coches.

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¿Te molesta si te digo que tus dibujos me resultan desagradables, que me cuesta entrar en ellos? / ¡Ja, ja! ¡Qué va! Nuestros libros no pueden gustar a todo el mundo. Es más, ¡no deben hacerlo! / ¿Ah, no?

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Digamos la verdad: una barrica vacía no es una barrica de verdad.

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Incluso a veces te encuentras con el libro con la dedicatoria a la venta en Ebay al día siguiente… / Qué mundo más raro. / Pero cuando una dedicatoria no es otra cosa que lo que se supone que es, es decir, la marca de un encuentro entre un lector y un autor, pues la verdad es que mola.

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Tras el trabajo del verano, tras la apoteosis de las vendimias, tras la explosión de colores que precede a la caída de las hojas, la viña recupera su severidad y su tranquilidad invernales.

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…y me dejo llevar por el lenguaje bello y misterioso de los viticultores.

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Bajo las tejas del cobertizo, constatamos de nuevo que el vino y los libros son un punto de encuentro.

PANZA DE BURRO, Andrea Abreu

Isora sabía hablar con las viejas. Yo me limitaba a escuchar lo que se decían.

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Ella pensaba que la vida solo era una vez y que había que probar un fisquito siempre que se pudiese.

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Era junio y hacía solo un día que las clases habían terminado, pero yo ya estaba sintiendo ese agotamiento inmenso, esa tristeza de nubes bajas sobre la cabeza.

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La envidiaba por cómo le hablaba a la gente grande. Era capaz de interrumpir las conversaciones y decir no.

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Así eran las casas del barrio, de muchos colores, como las casillas del ludo. De todos los colores y a medio empezar, a medio terminar, pero ninguna completa, eran casas como monstruos incompletos.

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Me encantaba la capacidad de Isora para decir que no a la gente. Ella no tenía miedo de que la dejasen de querer.

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Pensaba que yo no tenía tristeza propia, que mi tristeza era la de ella pero dentro de mi cuerpo, una tristeza como de imitación, dos tristezas duplicadas, la marca falsa de una tristeza, esa era yo, porque yo no tenía razones por las que estar triste pero me las inventaba.

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Los niños siempre me daban asco pero creía que tenía que enamorarme de ellos.

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Veía a Isora por todas partes.

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Me da un poquito de miedo salir del barrio, dijo.

LA MALA COSTUMBRE, Alana S. Portero

Las madres de mi barrio no abrazaban a sus hijos muertos como las vírgenes en las piedades renacentistas. Lo hacían volcadas sobre los cuerpos, a gritos, despeinadas, con los ojos hinchados y babeando. (…) yéndose con ellos de alguna manera.

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Pero entendía que algo habitaba los alrededores de su piel que la hacía ser rechazada, y eso me ponía muy triste.

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La conciencia de que necesitas un armario para esconderte te hace listísima en lo tocante al juego de la verdad y la mentira, de lo que dejas ver y lo que no.

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…y como niña que necesitaba aprender a vivir en dos realidades porque tenía dos vidas, solía situar a las mujeres que me rodeaban en espacios de fantasía en los que nada podía tocarlas y en los que podía incluirme imaginando historias tejidas con hilo de oro.

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No podía evitar pedirle a menudo que se portase bien por si ayudaba a que amainase la brutalidad. Que la violencia machista se dispensa con independencia de lo que hagamos o dejemos de hacer las mujeres  era algo que todavía no había aprendido.

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Mi padre hacía las cosas así, su forma de demostrar amor era no mentirnos nunca, adelantarse a nuestra madurez, mostrar un respeto a nuestro criterio que no se solía reservar a las infancias.

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Yo tenía miedo de casi todo y me sentía incapaz de vivir libre y alegre, siendo yo misma, sin temer perder el amor, el apoyo y la seguridad que me aportaba mi familia.

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Mi madre se movía deprisa. (…) Ella lo hacía todo con la premura de quien se ha ganado la vida limpiando y cocinando a destajo (…) y una obsesión por sacar adelante el trabajo, tanto fuera como dentro de casa, que no la abandonará nunca.

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La carcoma de la vida obrera…

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Las palabras nunca acababan de salir y no tenía herramientas para gestionar algo tan complicado que yo misma me esforzaba por enterrar en la fosa común de las vergüenzas.

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Los hombres no se hacían hombres, se instruían en la masculinidad, e incluso entre los más buenos, pobre del que fallase en la práctica de la misma.

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Sobrevivía en público imitando versiones cada vez más cerradas de la masculinidad que tenía como ejemplo, que era rampante. Eso también lo ensayaba frente al espejo, que acababa siendo testigo de todas mis mentiras, de mi dolor y de mis destellos de belleza. Delante de él aprendía a mirarme si verme. A ser un autómata.

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¡Por supuesto que quería ir a la tienda de las chicas! (…) En ese espacio, mi madre, mis tías, las mujeres del barrio, dejaban de cargar por un momento con sus casas, sus familias y sus trabajos, dejaban de estar extenuadas y se relajaban por completo.

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Mi vida y mi educación sentimental maduraban a través de una intimidad tristísima en la que seguía haciendo cosas a escondidas.

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Yo trataba de encontrar en alguna parte un lenguaje de orgullo y de fuerza para poder explicarme de una maldita vez, pero ni lo lograba por más que buscase.

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No me daba cuenta de que unas y otras eran la misma cosa, mujeres que habían conquistado la poca o mucha libertad que tenían con garras y dientes y eso es lo que las hacía aterradoras. El ejemplo que suponían.

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…y me miraba con dulzura, como si estuviese leyendo en mi expresión definiciones que ni yo misma era capaz de darme.

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Iba a misa cada domingo pero no se quedaba al ratito de después en la puerta, era una de esas fronteras invisibles que para ella estaban más que claras.

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La ejemplaridad que se le exigía a Margarita tenía que ver con la sumisión.

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Margarita era bienvenida en los atrios de las mujeres solas. (…) habían tejido una red de soledades que les aliviaba los días.

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Todas las niñas trans crecemos solas.

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Antes de definirte tú misma, los demás te dibujaban los contornos con sus prejuicios y sus violencias.

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Casi todo lo que hacía en mi vida lo hacía desde la ira y desde la congoja. Mi cuerpo estaba cambiando y empezaba a provocarme verdadera repugnancia.

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Las aceras pegadas a la tapia eran mínimas y estaban muy mal conservadas, llenas de grietas, como si los fusilados por el fascismo en aquel suelo durante la guerra civil golpeasen la calle para no ser olvidados.

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Mi primer beso, vino con un prólogo en el que recordé todas las historias de terror que había escuchado o presenciado en mi vida contra personas como yo. Estaban allí conmigo, traslúcidos y helados, los que habían sobrevivido y los que no.

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Chueca no podía ser tan malo. Me imaginaba un lugar más pequeño, más concentrado y con menos familias con apariencia de familia que mi barrio. A menudo la gente olvidaba que los yonquis eran hijos de alguien y las putas también eran madres, hijas y hermanas.

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No se trataba de hacer cosas que no me correspondían por edad, pero sí de entrever que otra vida era posible más allá del pavor, la inmovilidad y el llanto a solas.

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A qué travesti le acompaña con orgullo por la calle su familia.

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El maldito tiempo, lo que se nos arrebata a las mujeres como yo. El tiempo de ser niñas, el tiempo de ser adolescentes, el tiempo de los amores torpes (…) Nada de eso se nos concede cuando corresponde o se hace en dosis que tenemos que robar al destino y apurar con ansia.

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Eran fragmentos de mi vida a solas…

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Estaba convencida de que a cada intento de vindicarme como la niña, la joven o la mujer que era, le seguís algún correctivo insoportable.

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Mostrarme como un hombre para sobrevivir era un privilegio y ser consciente de ello me mordía la conciencia hasta el dolor físico.

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A los hombres les enseñan a hablar, no a conversar.

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Los empleados de limpieza arreaban manguerazos a las aceras y hacían que el suelo brillase como si estuviera pavimentado con luciérnagas.

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Tenían esa forma de discutir que contaba una historia de fidelidad inquebrantable, cuantas más barbaridades se decían más quedaba claro que matarían las unas por las otras.

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Me parecía que cuando las madres peinaban a las hijas se transmitía un amor intangible y una belleza sin palabras que no podía darse de otra forma. Como una prenda tejida por dedos torcidos de abuela lleva consigo la fragancia del tiempo y los cuidados.

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No era condescendiente conmigo y me recordó la importancia de la responsabilidad, de no dejarlo todo al destino porque el destino nunca fue amigo de las mujeres.

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Aprendí que la genealogía. Al ser un amor heredado, solo funciona en cascada.

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Había despejado mi círculo de conocidos hasta alcanzar una soledad casi apacible. Menos gente a mi alrededor significaba menos escenificación.

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La mayoría de las vecinas de mi memoria habían muerto o eran tan ancianas que ya no reconocían sus propias calles. Las redes de pequeñas atenciones se habían ido descosiendo en cada funeral.

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Ser librera no me hacía la persona más feliz del mundo pro me permitía mantenerme apegada a la palabra escrita, a las vidas de otras, reales o legendarias, que es lo que necesitaba al carecer de una propia.

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A ellos (a mis padres) más que a nadie les había ocultado mi vida entera, de ellos había escuchado las primeras frases que me habían convencido de ser una criatura torcida, alguien que debía esconderse debajo de otra cosa, pero me querían como bestias y siempre supieron transmitirlo.

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Ser trans me había obligado a madurar demasiado rápido en lo tocante a mi autoconocimiento pero me había mantenido pueril e insegura en las relaciones más próximas de mi vida.

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El puto trabajo nos había quitado el tiempo y la oportunidad de educarnos juntos y solo teníamos el amor en bruto, algo demasiado poderoso como para no saberlo dosificar.

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La casa no estaba del todo limpia pero solo acumulaba polvo, que es el aliento del tiempo depositándose sobre nuestras cosas para que recordemos que sigue corriendo.

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Ella me necesitaba para atender su cuerpo y procurarle la dignidad que la enfermedad le estaba quitando, yo la necesitaba porque su compañía me estaba devolviendo la vida.

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En esa lejanía de la conciencia que te obliga a tantear una oscuridad ligera desde la que percibes el paso del tiempo.

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Voy a quedarme con el álbum negro y dorado, necesitaré mirarlo para recordarme que sí, que tenemos derecho a una vida gloriosa, que la desgracia es una cosa que nos hacen, no que llevamos como una marca de bruja de nacimiento.

LA HERIDA IMAGINARIA, Berta Dávila

A veces, cuando Beatriz me pregunta “¿Qué tal estás?”, me parecía notar algo en la modulación de la frase, tal vez una leve inflexión afligida que funcionaba a modo de advertencia, indicándome que mi hermana tenía la tentación de hablar conmigo de cómo nos sentíamos. En esos casos, yo eludía responder y me interesaba por los progresos de Ada en el curso de natación.

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La austeridad y la moderación eran la quintaesencia de mi carácter. (…) Tampoco tenía aspiraciones.

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…con nuestras rutinas felices.

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A pesar de todo, a Marga le agrada lo que ocurre en el jardín a causa del abandono. Siente que hay algo ingobernable en los helechos que crecen por fuera de la verja. Algo que no se detiene.

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Construir los esqueletos de esos personajes es lo que más le agrada del proceso. Mientras les va dando forma, inventa para ellos vidas detalladas, vidas que podría escribir si no lo considerase un resultado insuficiente y también un poco vulgar.

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Cuando Paula era una niña y ella una adolescente, Marga la convenció de que las nubes traían mensajes del futuro.

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Diría que estuve a punto de enfermar de melancolía, de nostalgia y de resignación, pero me di cuenta de que no tenía dinero suficiente para todo eso.

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…y yo había entendido que no conviene confundir la tristeza con la desilusión o con el deseo de otra cosa.

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Desde luego una no puede decidir cuál es su don. Es un designio. Una no tiene derecho a quejarse por un designio. Las estrellas conceden, una acepta.

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Simplemente ellas dos no han conseguido vivir conectadas. Tienen almas incompatibles. (…) Cuando Paula se acerca, su hermana se aparta, ese es el único movimiento que sucede entre las dos. Desaparecer es la manera que Paula tiene de expresar afecto y consideración.

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Había una caja en particular, con los objetos que no había sabido dónde meter, una caja de variedades que sobreviven después de desmontar una casa, como resultado de los restos de una vida corriente.

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Ahora que un libro no debe despertar nunca el recuerdo sino la imaginación.

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Nadie cuestiona esas palabras que se dicen cuando alguien muere.

MATAR A UN RUISEÑOR, Harper Lee

Desde aquel momento el verano transcurrió en una diversión que llenaba todos nuestros días.

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La señorita Caroline parecía no darse cuenta de que los andrajosos alumnos del primer curso, con camisas de algodón y faldas de arpillera, y muchos de los cuales habían cosechado algodón y cebado puercos desde que aprendieron a andar, eran inmunes a la literatura.

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…y los otros me miraban con la inocente certidumbre de que la familiaridad trae consigo la comprensión.

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Hay hombres tan… tan ocupados en acongojarse por el otro mundo que no han aprendido a vivir en éste.

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…los ladridos de los perros lejanos hacían que la oscuridad pareciera aún más desolada.

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¿Todos los abogados defienden a los nnn… negros, Atticus?

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Es posible que oigas cosas feas, pero haz una cosa por mí, si quieres: levanta la cabeza en lugar de levantar los puños. Te digan lo que te digan, no permitas que te hagan perder los nervios. Procura luchar con el cerebro, para variar… Es un cambio excelente, aunque tu cerebro se resista a aprender.

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El motivo de que personas razonables se pongan a delirar como dementes en cuanto surge un tema relacionado con un negro es algo que no pretendo comprender…

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Tu padre tiene razón –me respondió-. Los ruiseñores no se dedican a otra cosa que a cantar para alegrarnos. No devoran los frutos de los huertos, no anidan en los graneros, no hacen nada más que derramar el corazón, cantando para nuestro deleite. Por eso es pecado matar a un ruiseñor.

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Las personas sensatas no se enorgullecen de sus talentos –respondió la señora Maudie.

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La única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es la conciencia individual.

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Hija, no es un insulto que a uno le den un nombre que a otro le parece malo. Ello le demuestra a uno lo mísera que es la otra persona, y no le hiere.

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¿Ha muerto libre? –preguntó Jerm. / Como el aire de las montañas –respondió Aticus.

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Uno es valiente cuando, sabiendo que ha perdido ya antes de empezar, empieza a pesar de todo y sigue hasta el final pase lo que pase.

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La tía Alexandra alimentaba la creencia, que expresaba de un modo indirecto, de que cuanto más tiempo había pasado una determinada familia asentada en la misma tierra, tanto más distinguida y excelente era.

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¿Quieres de veras que hagamos todas esas cosas? Yo no puedo recordar todo lo que se da por supuesto que los Finch deben hacer… / No quiero que recuerdes nada. Olvídalo.

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Ha tratado de educarlos según sus propias luces, y conste que las tiene muy buenas… Y otra cosa: los niños la quieren.

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La cárcel era el único tema de conversación de Maycomb: sus detractores sostenían que parecía un retrete victoriano y sus defensores afirmaban  que dotaba a la ciudad de un aspecto sólido y respetable y que ningún forastero podía sospechar que estaba llena de negros.

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Dice que por todo lo que ha podido seguir de la línea de antepasados de los Finch, nosotros no lo somos; pero por lo que sabe, también sería posible que hubiésemos salido de Etiopía en los tiempos del Antiguo Testamento. / Bien, si salimos durante el Antiguo Testamento, hace tantísimo tiempo que ya no importa. / Esto es lo que yo pensaba –contestó Jem-, pero en estas tierras te  conviertes en negro, si por tus venas corre una gota de sangre negra.

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¿De qué tenía miedo? / Señor Finch, si usted fuese negro como yo, también se habría asustado.

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Ella es blanca, y provocó a un negro. Hizo una cosa que en nuestra sociedad no tiene explicación: besó a un hombre negro.

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Éste es tu país, hermana –respondió Atticus-. Se lo hemos forjado de este modo, y vale la pena que aprendan a aceptarlo tal como es.

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Me dijo que portar un arma equivale a invitar al otro a que dispare contra ti.

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Se da por supuesto que el voto de un jurado ha de ser secreto. Pero formar parte de un jurado obliga a un hombre a tomar una decisión y pronunciarse sobre algo. A los hombres esto no les gusta. A veces es desagradable.

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Hay cuatro clases de personas en el mundo. Existen las personas corrientes como nosotros y nuestros vecinos; las personas de la especie de los Cunningham, que viven en las afueras; la especie parecida a los Ewell, del vertedero, y los negros.

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Atticus me dijo una vez que en buena parte ese cuento de la “familia antigua” es una tontería, porque la familia de uno es tan antigua como la de cualquier otro. Yo le pregunté si también se refería a gente de color y a los ingleses, y él me dijo que sí.

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Yo creo que sólo hay una clase de personas: personas.

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Acabó con diecisiete agujeros de bala en el cuerpo. No era preciso que le disparasen tanto.

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Tanto si Maycomb se da cuenta como si no, estamos rindiendo a Atticus el tributo más grande que podemos rendir a un hombre. Ponemos en él la confianza de que obrará rectamente. Es así de sencillo.

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…un pájaro solitario desgranaba su repertorio.

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En las cosas cotidianas, la gente sigue apegada a sus hábitos, aún bajo las condiciones más peculiares.

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A veces pienso que como padre he fracasado, pero soy el único que tienen. Antes de mirar a nadie más. Jem me mira a mí, y yo he procurado vivir de forma que siempre pueda devolverle la mirada sin desviar los ojos…

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Atticus, era un chico bueno de verdad… (…) Scout, la mayoría de las personas lo son cuando uno finalmente las ve.

LA SOCIEDAD LITERARIA Y EL PASTEL DE PIEL DE PATATA DE GUERNSEY, Mary Ann Shaffer y Annie Barrows

¿Por qué estoy tan melancólica? (…) Sabes cuánto me gusta hablar de libros, y que me encanta que me hagan cumplidos. Debería estar contentísima, pero la verdad es que estoy mucho más pesimista de lo que nunca estuve durante la guerra. Todo está tan destrozado, Sophie: las calles, los edificios, la gente. Sobre todo, la gente.

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¿Soy demasiado exigente? No quiero estar casada sólo por estar casada. No hay nada que te haga sentir más sola que pasar el resto de tu vida con alguien con quien no se puede hablar, o peor, con alguien con quien no se pueda estar en silencio.

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Me pregunto cómo llegó el libro a Guernsey. Quizás hay en los libros algún tipo de instinto secreto que les lleva a sus lectores perfectos. ¡Sería maravilloso que fuera verdad!

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Esto es lo que me encanta de la lectura; en un libro encuentras un detalle diminuto que te interesa, y este detalle diminuto te lleva a otro libro, y algo en ese te lleva a un tercer libro: Es matemáticamente progresivo; sin final a la vista, y sin ninguna otra razón que no sea por puro placer.

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No me considero una mirona auténtica (los de verdad buscan los dormitorios), pero las familias en las salas de estar o en las cocinas… eso me emociona. Me imagino sus vidas con sólo echar un vistazo a sus estanterías, a los escritorios, a las velas encendidas o a los cojines brillantes de los sofás.

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Y luego, al ser demasiado inteligentes para confiar en la contracubierta del editor, la harán al librero tres preguntas: 1) ¿de qué va? 2) ¿lo ha leído? 3) ¿vale la pena?

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Un editor tendría que enviar más de un ejemplar a las librerías, para que todos los trabajadores también pudieran leerlo.

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Todo son buenas razones para que vuelvas enseguida, pero la más importante es que te echo de menos.

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Siempre la ha sobrado lo que nosotros llamamos descaro y los estadounidenses, confianza en uno mismo.

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Trabajo en St. Peter Port, descargando barcos, así que puedo leer durante los descansos para tomar té. Es una bendición tener auténtico té, pan con mantequilla, y ahora también su libro. También me gusta porque es de tapa blanda y puedo metérmelo en el bolsillo y llevármelo a todas partes, aunque intento no acabarlo demasiado rápido.

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Me han pedido del Times que escriba un artículo para el suplemento literario. Quieren tratar el valor práctico, moral y filosófico de la lectura. (…) Y hasta ahora la única idea que tengo es que la lectura te impide enloquecer.

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Es agradable encontrarme una carta suya cuando vuelvo a casa.

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Nunca me reiría de nadie a quien le guste leer.

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Pero no es uno de aquellos norteamericanos simpáticos. (…) Tiene la costumbre de creer que su opinión es la correcta, pero no es desagradable. Está tan seguro de que tiene la razón que ni se molesta en serlo.

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Esa noche, cuando vinieron a mi casa a hacer su selección, aquellos que apenas habían leído nada aparte de las sagradas escrituras, catálogos de semillas y La gaceta del criador de cerdos descubrieron una nueva forma de leer. Fue aquí donde Dawsey descubrió a su Charles Lamb e Isola se abalanzó sobre Cumbres borrascosas. Por mi parte, escogí Los papeles póstumos del club Pickwick, pensando que me levantaría el ánimo. Y lo hizo.

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Cuando dos miembros habían leído el mismo libro, podían debatir, cosa que nos encantaba. Leíamos libros, hablábamos de libros, discutíamos sobre libros, y nos fuimos cogiendo cariño unos a otros.

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Los hombres son más interesantes en los libros que en la vida real.

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Leer buenos libros te impide disfrutar de los malos.

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Puedo volver a escribirle si usted quiere. Le hablaré más sobre la lectura y de cómo leer nos animó mientras los alemanes estuvieron aquí.

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Nos aferramos a los libros y a nuestros amigos; nos recordaban que podíamos desempeñar otro papel.

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Hablé de la guerra y la viví durante seis años, y estaba deseando poder prestar atención a cualquier otra cosa, la que fuera. Pero eso es como desear ser otra persona. La guerra ahora forma parte de nuestras vidas, y no podemos sustraernos a eso.

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Me gusta recibir sus cartas, aunque a menudo creo que no tengo nada interesante que contar, así que me va bien responder a sus preguntas retóricas.

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¿Si estoy enamorada de él? ¿Qué clase de pregunta es esa? Es como una tuba entre flautas, y espero más de ti. La primera regla del cotilleo es llegar de manera indirecta.

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Creo que se aprende más si lo que lees te hace reír.

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La verdad es que en este momento estoy viviendo más en Guernsey que en Londres; hago ver que trabajo, pero estoy con la oreja pendiente de si llega el correo, y cuando lo oigo, bajo corriendo las escaleras, con ansia de conocer la siguiente parte de la historia.

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Estoy, en general, por encima de la venganza.

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Un hombre con un jersey remendado está pintando de azul cielo la puerta de su casa. Dos niños que habían estado peleándose con palos les están pidiendo que les deje ayudar. Él les da una brocha pequeña a cada uno. Así que quizás hay un final para la guerra.

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Me gustó lo que el señor Lucas dijo de él: “De cualquier cosa conocida y familiar, hacía algo nuevo y precioso”.

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La mente se acostumbra a cualquier cosa, a menudo pensé en esto durante la guerra.

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¿Se ha dado cuenta de que cuando conoces a alguien nuevo, el nombre de esa persona te viene a la cabeza de repente a todas partes donde vas? Mi amiga Sophie lo llama coincidencia, y el reverendo Simpless lo llama voluntad divida. Él cree que si nos importa mucho alguien o algo nuevo, proyectamos una especie de energía al mundo y con ella llegan cosas positivas.

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¿Tienes los libros ordenados alfabéticamente? (espero que no).

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Quiero salir de Londres. Quiero ir a Guernsey. Sabes que les he cogido mucho cariño a mis amigos de allí, y estoy fascinada por sus vidas durante la Ocupación y después. (…) Quiero saber las historias de la gente que estuvo allí, y nunca lo podré saber estando sentada en una biblioteca de Londres.——-

La Sociedad leyó tu artículo sobre libros y lectura del Times. El doctor Stubbins declaró que tú sola habías transformado la palabra “distracción” en una palabra honorable, en lugar de un defecto de carácter.

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Querido Sidney: / ¡No podía creer que fueras tú quien llamó desde Londres ayer por la noche! Qué acertado de tu parte no decirme que estabas volando a Inglaterra; sabes cuánto me aterran los aviones, aunque no estén tirando bombas.

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Elizabeth era mi amiga, y en ese lugar (Ravensbrück), la amistad era lo único que nos ayudaba a seguir siendo humanos.

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Kit parece tenerle tanto cariño a Juliet como el que le tenemos tú y yo. Es una monada, alegre y afectuosa de un modo reservado (que no es tan contradictorio como parece).

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Will Thisbee me dio el libro Cocina para principiantes. Era justo lo que necesitaba. El escritor presupone que no sabes nada de cocina y da consejos útiles: “cuando añada los huevos, rompa las cáscaras primero”.

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Mark no escribe, llama. (…) que debería volver a Londres y casarme con él. Yo discrepé educadamente. Ahora me afecta mucho menos que hace un mes.

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Ahora voy a ir a la casa solariega para buscar el libro que me dijiste. ¿Cómo es que ni Juliet ni Amelia me han hablado nunca de la señorita Jane Austen?

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¿Cómo había podido ni siquiera plantearme casarme con él? Un año casada con él y me habría convertido en una de esas mujeres lamentables que miran a sus maridos cuando alguien les pregunta algo.

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Booker me preocupa, le hace falta leer otro libro. Creo que le dejaré Jane Austen.

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¿Es indecoroso casarse tan deprisa? No quiero esperar. Quiero empezar ya. Toda mi vida he pensado que la historia se terminaba cuando el héroe y la heroína se casaban… después de todo, lo que es suficientemente bueno para Jane Austen debería ser lo suficientemente bueno para cualquiera.

RUTH Y PEN, Emilie Pine

¿Esto es lo que quiero? / La verdad es: No. / La verdad es: Sí.

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En lugar de eso, había dicho que la asombraba (aún la asombra) la cantidad de energía que consumimos en sentirnos mal con nosotros mismos.

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Pen piensa en la forma en que las palabras tocan la superficie de las cosas, en cómo se deslizan por el mundo y por la lengua. Algunas palabras pueden hacerte sentir querido y suave, y otras desgarran y dañan.

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A Pen le encanta mandar mensajes, que es como hablar pero sin caras, básicamente. A veces, cuando se atasca, le encantaría poder sacar carteles de emoji.

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¿No es gracioso-raro, piensa Pen, que no puedas decirle cosas a una persona cuando estás con ella, pero que su voz se te quede en la cabeza, y la oigas y hables con ella cuando esa persona no está?

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Pen cree que podría escribir un manual sobre las agallas o sobre lo otro, la resiliencia, y en su manual explicaría que esas palabras existen solo para que otras personas se sientan más importantes.

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Habitualmente Ruth quiere decirles a sus pacientes que son normales, pero sospecha que no es eso lo que ellos quieren oír.

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Construirán otra cosa, algo no tan bueno como el aire y el cielo.

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El único problema con la gente es que te miran y se te acercan y hacen ruido, y la verdad es que Pen quiere estar con otra gente, de verdad que sí, pero la idea y la realidad no son lo mismo y a veces Pen se siente como si todo su ser se viese aplastado por otras personas.

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El mundo parece al mismo tiempo demasiado cercano y luego muy lejano.

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¿Cuánto tiempo se tarda en sentir que sabe una lo que hace?, se preguntó Ruth.

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…la distracción de las vidas ajenas.

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Y nunca se cansaban de hablar, hasta bien entrada la noche a veces, hablaban como si oír las palabras del otro fuese lo más importante del mundo. (…) ¿Cómo habían tirado por la ventana algo tan valioso?

LA HISTORIA DE LOS VERTEBRADOS, Mar García Puig

El 20 de diciembre de 2015 me convertí en madre y enloquecí.

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Yo había dado a luz a un nuevo mundo, porque aquel en el que mis hijos no existían había desaparecido, y hoy empezaba todo.

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Los colmillos que desde la adolescencia me mordían los ovarios cada veintiocho días no formaban parte del dolor normal de la menstruación, como afirmaban los médicos, sino de una de tantas enfermedades femeninas ignoradas por el cúmulo de batas de corte masculino de la historia.

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La cultura de las dos esferas, que encerraba a la mujer en casa mientras el hombre ocupaba el espacio público a sus anchas. Los tiránicos tópicos de la maternidad, escondidos bajo el ideal del “ángel del hogar”.

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No haber (…) estado con mis hijos en sus primeras horas de vida. Porque estaba loca, lidiando con Lucifer, cuatro plantas más arriba. Y entonces parece levantarse una leve brisa que se va volviendo viento y me golpea las mejillas con los galones de la historia.

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El rostro de una madre es el rostro del mundo.

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Porque cada vez que los expertos se centran en la psique de los niños, su reflejo es juzgar a las madres y encontrar sus fallas. Y sus veredictos apuntan a que es precisamente el comportamiento de las madres que desafían las convenciones la fuente primaria del daño infantil.

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En los días siguientes miro a mis hijos y me parecen una tierra inexplorada. (…) Mirándolos me inunda a partes iguales de amor y terror, y voy descubriendo lo que son las dos caras de la misma moneda existencial.

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Alzamos los brazos, gritamos que sí se puede. Veo el rostro de mis hijos en la sala de neonatos y me doy cuenta de que tanto aquí como allí soy prisionera de la esperanza.

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Finalmente consigo recuperar la voz huida y le confieso que no tengo fuerzas pare enfrentarme a la visión de mis hijos. Que los amo tanto como los temo.

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…a la locura que ha asaltado históricamente a las cautivas domésticas.

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Porque soy madre, y lo seguiré siendo. Una madre normal, de esas que hacen visitas de cortesía. Un día los peinaré, les echaré colonia a granel, los vestiré elegantes y les ataré un gorro que les proteja las orejas del frío para ir a ver a la doctora. Y les contaré lo adorables que son, sus primeros pasos, que ya dicen alguna palabra. He aquí mis joyas, le diré.

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Su padre la coge y al cabo de un tiempo consigue apaciguarla. Es un patrón que se repetirá en los días por venir y que me convertirá en una figura pequeña, lejana en el horizonte, un punto en la galaxia.

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En el Congreso de los Diputados no existen los permisos de maternidad o paternidad como en otros trabajos. La única opción posible es votar de forma telemática.

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El primer caso de depresión posparto médicamente documentado en la historia (…) se trataba de “la hermosa esposa de Carcinator”, que fue atacada por la melancolía después de dar a luz y permaneció loca durante un mes.

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Qué madre no haría imbatibles a sus hijos, qué madre no lo daría todo para que no perecieran nunca.

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Nunca me había enfrentado a mi cuerpo como durante la maternidad.

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Fue la palabra griega para útero, hystérta, la que dio nombre a la locura de las mujeres por excelencia.

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En la Italia del Renacimiento, lo primero que hacía una mujer al descubrir que estaba embarazada era escribir su testamento.

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Antes de partir, de madrugada siempre, cuento las nubes y hago cálculos imposibles sobre las gotas de lluvia que pueden acechar las cuna de mis hijos. Doy instrucciones detalladas al padre, que se queda de guardia en una inversión de roles de la que digo enorgullecerme pero que en el fondo me tortura.

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Con el tiempo, la memoria de Amàlia Alegre y de tantos otros nombres femeninos se ha difuminado entre alegorías masculinas de la fuerza obrera revolucionaria.

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…las tinieblas que ocupan mis días normales.

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Mi preferido es el poeta griego Pisander, que creía que el alma había huido de su cuerpo y lo que más temía era volver a encontrársela en algún sitio.

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Mi hija se halla suspendida en el tiempo. Tiene manos, y no palpa; tiene pies, y no camina; su garganta no emite sonido alguno. Les pregunto a los médicos qué va a pasar. Me dicen que hay que ver cómo evoluciona. Y yo solo quiero arrancar las páginas del calendario.

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Una de las cosas que más sorprende a mi familia es la supuesta entereza con la que estoy viviendo esta situación. Pero nada más lejos de la realidad. Tengo una inmensa red de atenciones hacia mí y hacia mis hijos que me permite mantener una apariencia de cordura mientras la locura se ensancha.

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Al cabo de poco me entregan un papel oficial donde se detalla la afección que sufre mi hija y su gravedad (…) luchar a su lado con la espada de mis ojos.

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En algún momento durante la legislatura leeré en un estudio que en los países desarrollados los ministros de gobierno sin hijos conforman el 9 por ciento de la totalidad de los ministros hombres, mientras que las ministras que no son madres son el 45 por ciento. Lo anotaré en la agenda para no olvidarlo.

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Según esa teoría, al creerse preso de la enfermedad, el hipocondriaco consigue la protección y la atención que anhela pero que siente que no merece por otras razones. A la vez, piensa que mantiene cautivo a su protector, pues ¿quién abandonaría a un enfermo?

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Cuántos dolores de tripa esconden los miedos de la infancia, un grito de auxilio ante unos sentimientos a los que aún no podemos dar nombre. Pero que crezcamos no quiere decir que dominemos el lenguaje. Al hablar se aprende un poco cada día, pero también, de alguna forma, cada golpe se nos lleva una palabra.

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Cualquier cambio en mi cuerpo me angustia (…) decidida a huir de mi cuerpo y la guerra que nos enfrenta.

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Hasta esa fecha, en nuestro país, un juez podía decidir esterilizar a una persona con discapacidad intelectual sin su consentimiento.

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Ahí tenéis un pedazo de océano y un pedazo de mi ansiedad, y he sido yo quien los ha prendido, para vosotros, hijos míos, yo os prometo que voy a calmar este mar.

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Lo único que me gustaría decirles es que, en eso de intentar dañarme, no podrán conmigo misma, porque soy capaz de flagelarme como casi nadie.

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Necesitar saber es una condena que a veces destruye vidas, me dice Jaime. No hay curación posible para el que no asume la incertidumbre como parte de la existencia. (…) Soy consciente de que esta privación de la alegría a la que me someto nunca puede ser individual.

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Cómo explicarle que no puedo prometerle que estaré siempre para sostenerlo, que lo que él ve como un gigante, la fuente de toda su seguridad, no es nadie frente a las leyes del universo y esa flecha del tiempo que a cada segundo que pasa nos acerca a nuestra separación.

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Pronto se hace evidente que las decisiones se toman en despachos a puerta cerrada y en bares donde circula el vino y los golpes en la espalda de camaradería masculina.

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Olvidamos que el arte puede ser uno de los mejores aliados para entender el significado de nuestro dolor, y en lugar de acallarlo bajo el aturdimiento, dotarlo de una energía transformadora.

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Las madres siempre hemos tenido una relación especial con los cuerpos, porque ha sido en nosotras en quienes ha recaído el peso de custodiarlos: el ángel del hogar.

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No tengo algo que pueda llamar hogar y voy de hotel en hotel, donde la asepsia de las habitaciones se me clava en la carne como un aguijón.

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Cuando miro atrás en el tiempo, a esos primeros meses de madre, pienso que a pesar de mi angustia fui capaz de transmitirles algo de ternura.

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Les prometo panses i figues i nous i olives, panses i figues i mel i mató. Y mi padre, mi madre, mis abuelas y todas las canciones que entonaban, nos acompañan en esos paseos circulares alrededor de la cocina.

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No me imagino mi vida sin mi madre. (…) Creo que no soy en su vejez el apoyo que necesita, creo que sigo siendo su eterna fuente de preocupación.

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No lo veo posible. Pero gracias a los diálogos que entablo con él cada vez aprecio más esa belleza que me perjura que hay en el hecho de rendirse.

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No deja de sorprenderme que, habiendo recibido los mismos estímulos desde que eran un deseo, evolucionen en forma tan oblicua. Y me quedo embobada mirando esas direcciones que van tomando, tan suyas, para las que la ciencia se queda tan corta.

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Son momentos de risa y alboroto, de ansiedad que se desborda en juego, y que espero que permanezcan también en su inconsciente y que sean algún día capaces de recuperarlos.

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Y en su primer día de escuela, veré, mientras me alejo y los dejo en el aula atestada de desconocidos, cómo se toman la mano. A lo largo de los años por venir, serán esas manos entrelazadas su referencia más estable en un mundo mutable.

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En la poesía, como en la maternidad, no existe el éxito rotundo.

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Sueño que un lobo vive junto a un cordero, que un leopardo comparte descanso con un cabrito y que un ternero es amigo de un león, y que son un niño y una niña los que los guían.

EL JARDÍ DE L’ÀVIA, Lolita Bosch

No perquè ens volguéssim amagar del mon (jo potser una mica) sinó perquè ens agradava molt estar juntes, estar soles, veure com la nostra intimitat germinava irrompible.

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En aquella infància seva en què mai no es va sentir sola. De vegades incompresa, però mai sola.

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Van educar sis fills d’una manera molt peculiar que és molt nostra: amb un exemple passiu, sense ficar-se massa en res i, en general, respectant els espais, la intimitat i les maneres.

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La meva àvia Lolita no forçava mai la vida. Era una de les virtuts més fabuloses. S’acoblava amb absoluta normalitat al ritme natural del temps, les estacions, els canvis, les sorpreses, allò que era inesperat, els imprevistos. I sempre en sortia airosa. No absent, no desinteressada, sinó airosa.

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La meva àvia Lolita tenia una forma de relacionar-se amb els altres que li permetia filtrar allò que era mediocre. Trobava, en les altres persones, quan hi conversava, meravelles.

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Com si fos una nena se sorprenia sempre de les mateixes coses…

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Llegia molt. Li agradaven els llocs on la portaven els llibres, deia.

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Probablement, un dels pocs amors que no he temut sentir mai. (…) I estimar-la mai no em va fer sentir en risc; una cosa veritablement inaudita, coneixent-me.

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La meva àvia, no obstant, en tornar a casa va témer que l’ictus li arravatés per sempre el llenguatge perquè s’adonava que havia perdut algunes paraules, i allò sí que la va fer sentir en risc.

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L’agraïment, fins i tot. Com si la vida fos el moment preciós que en veritat és.

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…quan la nostra complicitat ja era un nus interior que nos es veia.

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Però les seves queixes, totes, no eren mai retrets, sinó una manera gairebé capritxosa de fer-nos saber que de vegades se sentia sola.

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La meva àvia va aconseguir mantenir durant anys 47 relacions irrepetibles. Sent la mateixa persona, però donant una part diferent de si mateixa.

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S’interessava per saber qui érem i com canviàvem…

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No és una família perfecta, però és la nostra.