Como cuando hay un río de verdad que atraviesas a nado, un río imprevisible y traicionero; si consigues llegar a la otra orilla, eres una persona diferente de la que eras cuando empezaste.
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No es exactamente la primera vez que alguien me besa. Pero sí es la primera vez que lo hace un chico mayor y con experiencia. Alguien que no conozco y que me llama “nena” como si hubiera olvidado mi nombre. (…) Y yo pienso: “¿Quiero esto? ¿Es esto lo que yo quiero?”.
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No le hizo ninguna gracia que mamá se fuera a la Feria de Arte y Artesanía de Santa Bárbara, en California (…) se oponía a que suque se mezclara con esos “aristoides” a los que describía como “tías menopáusicas” y “niñatos gays”, categorías de seres humanos que merecían todo su desprecio.
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Ésta era una de las cosas que nos decía a todos. Tenías que reírte con él. No bastaba con estar de acuerdo con él (aunque lo estuvieras al cien por cien), sino que además tenías que darle un beso en la mejilla.
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Te quero, tesoro. / Yo a ti también te quero, mamá. Ésa era nuestra despedida normal. Tanto a ella como a mí nos costaba mucho decir “te quiero” en serio, aunque era en serio. Teníamos que decirlo como de broma, como quien no quiere la cosa.
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De repente, Todd dijo: Papá, a lo mejor podría probar el boxeo. En los deportes de equipo hay un montón de gente que estorba.
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Pero el Monstruo no es real, quise decirle, el Monstruo es sólo una idea.
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No quería pensar en cómo podía acabar todo, no quería enterarme de que algunos podríamos salir lastimados y se nos podría dejar atrás.
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Cuanto más tiempo pasara mamá en casa, metida en sus estudio, menos tiempo dedicaría a la vida social que él esperaba de sus esposa.
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¿Me dio pena dejar de contarle a mi madre las cosas que más me importaban?
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En los espejos de los servicios me sorprendía a mí misma con la sonrisa optimista de mamá sujeta con grapas. A la gente le gustas cuando eres alegre, un poco gamberra, imprevisible. No le gustas cuando te muestras triste.
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¿Qué es eso de su propio espacio, Franky? Papá no me lo ha explicado. / Un sitio donde (mamá) puede estar a solas, como en su propia cabeza. Haciendo lo que le da la gana. Supongo.
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Nunca decía que nos perdonaba o que había dejado de estar enfadado. Simplemente se reía y olvidaba. Y daba por sentado que tú olvidabas.
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Una vez oí algo que sonaba como si mamá estuviera llorando…, pero no, debió ser que mamá se reía.
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Ésa es Melanie. Es ceramista, lo mismo que intento ser yo. Es una estupenda amiga y vecina. Sentí un pequeño pinchazo de celos. Fue algo infantil, ya lo sé. Pero era como si oyera las palabras de mamá tal y como las oiría papá, y sentí que a él le dolerían. “No tienes derecho a querer a desconocidos”.
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Mamá debió de notar alguna expresión extraña en mi cara. Creo que nos emociones se hacen muy evidentes, como ondas en el agua.
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Francesca, tenías tanta… fantasía. Cuando eras pequeña, te inventabas un montón de historias sobre animales. (…) Me acordé de la vez, hace muchísimo tiempo, en que papá me riñó por “mentir”, por “inventarme cosas que no son ciertas”.
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Durante los dos días y medio siguientes, Samantha y yo nos lo pasamos en grande en Skaigt Harbor. Era como si una parte de nosotras entendiera que no podía durar.
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Estaba controlada por el Monstruo, que se mostraba cruel y vengativo. ¡Mi padre habría estado orgulloso de mí si me hubiera visto!
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Nadie me pueda obligar a recordar. Tengo derecho a olvidar.
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Veía sus ojos flotando en un mar de lástima como si fuera leprosa y me pudieran compadecer pero no acercarse a mí, por si lo que tenía era contagioso.
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Franky, ¿estás bien? ¿Cómo estáis tú y Samantha? Yo me encogí de hombros. Odiaba que cada vez que me veía un adulto me preguntara eso. (…) De ninguna manera iba a decirle a nadie, ni siquiera a la tía Vicky, lo que pasaba en mi interior.
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Es horrible cuando una adulto te suplica. Te sientes fatal cuando no puedes dar lo que te pide y lo odias por hacerte eso.
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Al verme en la feria de arte y artesanía con los demás, extraños para él pero amigos míos, lo ha entendido por primera vez. Cuando ha visto que yo tengo una vida aparte de él y que soy feliz aquí.
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La cara que han puesto las chicas al ver la obra de su madre en la Galería Orca. Por supuesto, he intentado que no se me notara, pero casi se me salen las lágrimas. ¿Será posible que, a una escala modesta, puedan estar orgullosas de su madre también? No parece que les importe que firme mi obra k.c.
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Yo no les cuelgo etiquetas a las personas. Porque no quiero que la gente estúpida me cuelgue etiquetas a mí. Eso espereza mental, además de ser una crueldad.
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Yo antes pensaba que mi madre le provocaba, pero ésa es una forma equivocada de pensar, culpar a mi madre por ser maltratada. (…) Porque yo tenía miedo, creo. Era más fácil odiarla.
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Es difícil cambiar lo que sientes. Lo que piensas es mucho más fácil.
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¿Qué por qué? Porque papá nos quería. Nos quiere. Él decía que no nos habría castigado si no nos quisiera. Todavía es así. Lo puedo entender. Pero es una forma de pensar enferma, y equivocada.
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A lo mejor mamá y Mero Okawa están vivos en alguna parte. Como dicen los periódicos. Es como creer en el cielo… te quita algo de dolor.
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Me quedo acostada y me vienen los pensamientos a montones, muy rápidamente y muy vivos, como trozos de cristal roto; ni son agradables ni se parecen a los sueños. Así que no puedo abandonarme. Tengo miedo.
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A veces escribir duele. A veces lo odio. (…) Otros días es tan fácil como hablar con alguien en quien confías.
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Hago hincapié en los hechos. Intento no incluir muchos sentimientos. Porque los sentimientos son como las llamas, se encienden de golpe, pueden causar un daño terrible, pero no duran. Los hechos permanecen.
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En el Diario Lavanda intento expresar lo que siento, pero suena débil, tonto. “El suroeste es un sueño hermoso que no depende del soñador para existir”.
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En el Diario Lavanda escribo: “Y ahora ya se ha acabado” El Monstruo me dice que es cierto. Tengo que creérmelo. Tengo que intentar creérmelo.
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Claro que echo de menos a mis amigas de Seattle. Pero siguen siendo mis amigas.
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Pero a veces echo muchísimo de menos a mamá. Cuando pienso en la última conversación que tuve con ella me dan ganas de tumbarme sobre las rocas y la tierra y no volver a levantarme jamás.
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A veces entro en la habitación y veo a Samantha mirando fijamente esas fotos, como hipnotizada y casi me miedo despertarla. A veces yo también me quedo mirándolas hasta que pierdo la noción del tiempo. Cuando vuelvo en mí, me asusta darme cuenta de que, aunque han pasado varios minutos de mi vida, en la vida de mamá no ha transcurrido el tiempo.