LA HISTORIA DE LOS VERTEBRADOS, Mar García Puig

El 20 de diciembre de 2015 me convertí en madre y enloquecí.

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Yo había dado a luz a un nuevo mundo, porque aquel en el que mis hijos no existían había desaparecido, y hoy empezaba todo.

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Los colmillos que desde la adolescencia me mordían los ovarios cada veintiocho días no formaban parte del dolor normal de la menstruación, como afirmaban los médicos, sino de una de tantas enfermedades femeninas ignoradas por el cúmulo de batas de corte masculino de la historia.

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La cultura de las dos esferas, que encerraba a la mujer en casa mientras el hombre ocupaba el espacio público a sus anchas. Los tiránicos tópicos de la maternidad, escondidos bajo el ideal del “ángel del hogar”.

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No haber (…) estado con mis hijos en sus primeras horas de vida. Porque estaba loca, lidiando con Lucifer, cuatro plantas más arriba. Y entonces parece levantarse una leve brisa que se va volviendo viento y me golpea las mejillas con los galones de la historia.

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El rostro de una madre es el rostro del mundo.

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Porque cada vez que los expertos se centran en la psique de los niños, su reflejo es juzgar a las madres y encontrar sus fallas. Y sus veredictos apuntan a que es precisamente el comportamiento de las madres que desafían las convenciones la fuente primaria del daño infantil.

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En los días siguientes miro a mis hijos y me parecen una tierra inexplorada. (…) Mirándolos me inunda a partes iguales de amor y terror, y voy descubriendo lo que son las dos caras de la misma moneda existencial.

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Alzamos los brazos, gritamos que sí se puede. Veo el rostro de mis hijos en la sala de neonatos y me doy cuenta de que tanto aquí como allí soy prisionera de la esperanza.

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Finalmente consigo recuperar la voz huida y le confieso que no tengo fuerzas pare enfrentarme a la visión de mis hijos. Que los amo tanto como los temo.

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…a la locura que ha asaltado históricamente a las cautivas domésticas.

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Porque soy madre, y lo seguiré siendo. Una madre normal, de esas que hacen visitas de cortesía. Un día los peinaré, les echaré colonia a granel, los vestiré elegantes y les ataré un gorro que les proteja las orejas del frío para ir a ver a la doctora. Y les contaré lo adorables que son, sus primeros pasos, que ya dicen alguna palabra. He aquí mis joyas, le diré.

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Su padre la coge y al cabo de un tiempo consigue apaciguarla. Es un patrón que se repetirá en los días por venir y que me convertirá en una figura pequeña, lejana en el horizonte, un punto en la galaxia.

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En el Congreso de los Diputados no existen los permisos de maternidad o paternidad como en otros trabajos. La única opción posible es votar de forma telemática.

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El primer caso de depresión posparto médicamente documentado en la historia (…) se trataba de “la hermosa esposa de Carcinator”, que fue atacada por la melancolía después de dar a luz y permaneció loca durante un mes.

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Qué madre no haría imbatibles a sus hijos, qué madre no lo daría todo para que no perecieran nunca.

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Nunca me había enfrentado a mi cuerpo como durante la maternidad.

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Fue la palabra griega para útero, hystérta, la que dio nombre a la locura de las mujeres por excelencia.

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En la Italia del Renacimiento, lo primero que hacía una mujer al descubrir que estaba embarazada era escribir su testamento.

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Antes de partir, de madrugada siempre, cuento las nubes y hago cálculos imposibles sobre las gotas de lluvia que pueden acechar las cuna de mis hijos. Doy instrucciones detalladas al padre, que se queda de guardia en una inversión de roles de la que digo enorgullecerme pero que en el fondo me tortura.

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Con el tiempo, la memoria de Amàlia Alegre y de tantos otros nombres femeninos se ha difuminado entre alegorías masculinas de la fuerza obrera revolucionaria.

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…las tinieblas que ocupan mis días normales.

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Mi preferido es el poeta griego Pisander, que creía que el alma había huido de su cuerpo y lo que más temía era volver a encontrársela en algún sitio.

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Mi hija se halla suspendida en el tiempo. Tiene manos, y no palpa; tiene pies, y no camina; su garganta no emite sonido alguno. Les pregunto a los médicos qué va a pasar. Me dicen que hay que ver cómo evoluciona. Y yo solo quiero arrancar las páginas del calendario.

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Una de las cosas que más sorprende a mi familia es la supuesta entereza con la que estoy viviendo esta situación. Pero nada más lejos de la realidad. Tengo una inmensa red de atenciones hacia mí y hacia mis hijos que me permite mantener una apariencia de cordura mientras la locura se ensancha.

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Al cabo de poco me entregan un papel oficial donde se detalla la afección que sufre mi hija y su gravedad (…) luchar a su lado con la espada de mis ojos.

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En algún momento durante la legislatura leeré en un estudio que en los países desarrollados los ministros de gobierno sin hijos conforman el 9 por ciento de la totalidad de los ministros hombres, mientras que las ministras que no son madres son el 45 por ciento. Lo anotaré en la agenda para no olvidarlo.

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Según esa teoría, al creerse preso de la enfermedad, el hipocondriaco consigue la protección y la atención que anhela pero que siente que no merece por otras razones. A la vez, piensa que mantiene cautivo a su protector, pues ¿quién abandonaría a un enfermo?

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Cuántos dolores de tripa esconden los miedos de la infancia, un grito de auxilio ante unos sentimientos a los que aún no podemos dar nombre. Pero que crezcamos no quiere decir que dominemos el lenguaje. Al hablar se aprende un poco cada día, pero también, de alguna forma, cada golpe se nos lleva una palabra.

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Cualquier cambio en mi cuerpo me angustia (…) decidida a huir de mi cuerpo y la guerra que nos enfrenta.

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Hasta esa fecha, en nuestro país, un juez podía decidir esterilizar a una persona con discapacidad intelectual sin su consentimiento.

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Ahí tenéis un pedazo de océano y un pedazo de mi ansiedad, y he sido yo quien los ha prendido, para vosotros, hijos míos, yo os prometo que voy a calmar este mar.

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Lo único que me gustaría decirles es que, en eso de intentar dañarme, no podrán conmigo misma, porque soy capaz de flagelarme como casi nadie.

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Necesitar saber es una condena que a veces destruye vidas, me dice Jaime. No hay curación posible para el que no asume la incertidumbre como parte de la existencia. (…) Soy consciente de que esta privación de la alegría a la que me someto nunca puede ser individual.

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Cómo explicarle que no puedo prometerle que estaré siempre para sostenerlo, que lo que él ve como un gigante, la fuente de toda su seguridad, no es nadie frente a las leyes del universo y esa flecha del tiempo que a cada segundo que pasa nos acerca a nuestra separación.

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Pronto se hace evidente que las decisiones se toman en despachos a puerta cerrada y en bares donde circula el vino y los golpes en la espalda de camaradería masculina.

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Olvidamos que el arte puede ser uno de los mejores aliados para entender el significado de nuestro dolor, y en lugar de acallarlo bajo el aturdimiento, dotarlo de una energía transformadora.

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Las madres siempre hemos tenido una relación especial con los cuerpos, porque ha sido en nosotras en quienes ha recaído el peso de custodiarlos: el ángel del hogar.

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No tengo algo que pueda llamar hogar y voy de hotel en hotel, donde la asepsia de las habitaciones se me clava en la carne como un aguijón.

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Cuando miro atrás en el tiempo, a esos primeros meses de madre, pienso que a pesar de mi angustia fui capaz de transmitirles algo de ternura.

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Les prometo panses i figues i nous i olives, panses i figues i mel i mató. Y mi padre, mi madre, mis abuelas y todas las canciones que entonaban, nos acompañan en esos paseos circulares alrededor de la cocina.

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No me imagino mi vida sin mi madre. (…) Creo que no soy en su vejez el apoyo que necesita, creo que sigo siendo su eterna fuente de preocupación.

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No lo veo posible. Pero gracias a los diálogos que entablo con él cada vez aprecio más esa belleza que me perjura que hay en el hecho de rendirse.

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No deja de sorprenderme que, habiendo recibido los mismos estímulos desde que eran un deseo, evolucionen en forma tan oblicua. Y me quedo embobada mirando esas direcciones que van tomando, tan suyas, para las que la ciencia se queda tan corta.

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Son momentos de risa y alboroto, de ansiedad que se desborda en juego, y que espero que permanezcan también en su inconsciente y que sean algún día capaces de recuperarlos.

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Y en su primer día de escuela, veré, mientras me alejo y los dejo en el aula atestada de desconocidos, cómo se toman la mano. A lo largo de los años por venir, serán esas manos entrelazadas su referencia más estable en un mundo mutable.

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En la poesía, como en la maternidad, no existe el éxito rotundo.

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Sueño que un lobo vive junto a un cordero, que un leopardo comparte descanso con un cabrito y que un ternero es amigo de un león, y que son un niño y una niña los que los guían.

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